Pte. 1.1 De las ideas: su origen, composición, conexión y abstracción
Sec. 1.1.01. Del origen de nuestras ideas
[1.1.01.01]
Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos que yo llamo impresiones e ideas. La diferencia entre ellos consiste en los grados de fuerza y vivacidad con que se presentan a nuestro espíritu y se abren camino en nuestro pensamiento y conciencia. A las percepciones que penetran con más fuerza y violencia llamamos impresiones, y comprendemos bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de éstas en el pensamiento y razonamiento, como, por ejemplo, lo son todas las percepciones despertadas por el presente discurso, exceptuando solamente las que [a la vez] surgen de la vista y tacto, y exceptuando el placer o dolor inmediato que [esos pensamientos] pueden ocasionar. Creo que no será preciso emplear muchas palabras para explicar esta distinción. Cada uno por sí mismo podrá percibir fácilmente la diferencia entre sentir y pensar. Los grados comunes de éstos son fácilmente distinguidos, aunque no es imposible en casos particulares que puedan aproximarse el uno al otro. Así, en el sueño, en una fiebre, la locura o en algunas emociones violentas del alma nuestras ideas pueden aproximarse a nuestras impresiones del mismo modo que, por otra parte, sucede a veces que nuestras impresiones son tan débiles y tan ligeras que no podemos distinguirlas de nuestras ideas. Pero a pesar de esta próxima semejanza en pocos casos, son en general tan diferentes que nadie puede sentir escrúpulo alguno al disponerlas en dos grupos distintos y asignar a cada uno un nombre peculiar para marcar esta diferencia.1
[1.1.01.02]
Existe otra división de nuestras percepciones que será conveniente observar y que se extiende a la vez sobre impresiones e ideas. Esta división es en simples y complejas. Percepciones o impresiones e ideas simples son las que no admiten distinción ni separación. Las complejas son lo contrario que éstas, y es posible distinguir partes en ellas. Aunque un color, sabor y olor particular son cualidades unidas todas en una manzana, es fácil percibir que no son lo mismo, sino que son al menos distinguibles las unas de las otras.
[1.1.01.03]
Habiendo dado por estas divisiones orden y buena disposición a nuestros objetos, podemos aplicarnos a considerar ahora con más precisión sus cualidades y relaciones. La primera circunstancia que atrae mi atención es la gran semejanza entre nuestras impresiones e ideas en todo otro respecto que no sea su grado de fuerza y vivacidad. Las unas parecen ser en cierto modo el reflejo de las otras, así que todas las percepciones del espíritu humano son dobles y aparecen a la vez como impresiones e ideas. Cuando cierro mis ojos y pienso en mi cuarto las ideas que yo formo son representaciones exactas de impresiones que yo he sentido, y no existe ninguna circunstancia en las unas que no se halle en las otras. Recorriendo mis otras percepciones hallo aún la misma semejanza y representación. Las ideas y las impresiones parecen siempre corresponderse las unas a las otras. Esta circunstancia me parece notable y atrae mi atención por un momento.
[1.1.01.04]
Después de una consideración más exacta hallo que he sido llevado demasiado lejos por la primera apariencia y que debo hacer uso de la distinción de percepciones en simples y complejas para limitar la decisión general de que todas nuestras ideas o impresiones son semejantes. Observo que muchas de nuestras ideas complejas no tienen nunca impresiones que les correspondan y que muchas de nuestras impresiones complejas no son exactamente copiadas por ideas. Puedo imaginarme una ciudad como la nueva Jerusalén, cuyo pavimento sea de oro y sus muros de rubíes, aunque jamás he visto una ciudad semejante. Yo he visto París, pero ¿afirmaré que puedo formarme una idea tal de esta ciudad que reproduzca perfectamente todas sus calles y casas en sus proporciones justas y reales?
[1.1.01.05]
Por consiguiente, veo que, aunque existe en general una gran semejanza entre nuestras impresiones e ideas complejas, no es universalmente cierta la regla de que son copias exactas las unas de las otras. Debemos considerar ahora qué sucede con nuestras percepciones simples. Después del examen más exacto de que soy capaz me aventuro a afirmar que la regla es válida aquí sin excepción alguna y que toda idea simple posee una impresión simple que se le asemeja, y toda impresión simple, una idea correspondiente. La idea de rojo que formamos en la obscuridad y la impresión de éste que hiere nuestros ojos a la luz del Sol difieren tan sólo en grado, no en naturaleza. Es imposible probar por una enumeración particular que sucede lo mismo con todas nuestras impresiones simples e ideas. Cada uno puede convencerse, con respecto a este punto, recorriendo tantas como le plazca; pero si alguno negase esta semejanza universal, no veo otro modo de convencerle más que pidiéndole que muestre una simple impresión que no tenga una idea correspondiente, o una idea simple que no tenga una impresión correspondiente. Si no respondiese a este desafío, como ciertamente no lo hará, podremos, dado su silencio y nuestra propia observación, establecer nuestra conclusión.
[1.1.01.06]
Así, hallamos que todas las ideas e impresiones simples se asemejan las unas a las otras [entre sí], y como las complejas se forman de ellas, podemos afirmar en general que estas dos especies de percepciones son exactamente correspondientes. Habiendo descubierto esta relación, que no requiere un examen ulterior, siento curiosidad por encontrar algunas otras de sus cualidades. Consideremos qué sucede con respecto de su existencia, y con respecto a estas impresiones e ideas también cuáles de ellas son causas y cuáles efectos.
[1.1.01.07]
La detallada indagación de esta cuestión es el asunto del presente TRATADO, y, por consiguiente, nos contentaremos aquí con establecer la proposición general de que todas nuestras ideas simples en su primera apariencia se derivan de impresiones simples que son correspondientes a ellas y que ellas representan exactamente.
[1.1.01.08]
Al buscar fenómenos que prueben esta proposición los hallo solamente de dos géneros, pero en cada género los fenómenos son patentes, numerosos y concluyentes. Primeramente me aseguro por una nueva revisión de lo que ya he afirmado, a saber: que toda impresión simple va acompañada de una idea correspondiente, y toda idea simple, de una impresión correspondiente. De esta unión constante de percepciones semejantes concluyo inmediatamente que existe una gran conexión entre nuestras impresiones e ideas correspondientes y que la existencia de las unas tiene una considerable influencia sobre la de las otras. Una unión constante tal en un tal número infinito de casos no puede jamás surgir del azar, sino que prueba claramente la dependencia por parte de las impresiones de las ideas o de las ideas de las impresiones. Para que yo pueda saber de qué lado esta dependencia se halla considero el orden de la primera aparición y hallo, por la experiencia constante, que las impresiones simples preceden siempre a sus ideas correspondientes y que jamás aparecen en un orden contrario. Para dar a un niño la idea de escarlata o naranja o de dulce o amargo, presento los objetos, o, en otras palabras, le produzco estas impresiones, pero no procedo tan absurdamente que intente producir las impresiones despertando las ideas. Nuestras ideas, en su aparición, no producen sus impresiones correspondientes y no podemos percibir un color o sentir una sensación tan sólo por pensar en ella. Por otra parte, hallamos que una impresión, ya del alma, ya del cuerpo, va seguida constantemente de una idea que se le asemeja y es solamente diferente en los grados de fuerza y vivacidad. La unión constante de nuestras percepciones semejantes es una prueba convincente de que las unas son causas de las otras, y la prioridad de las impresiones es una prueba igual de que nuestras impresiones son las causas de nuestras ideas y no nuestras ideas de nuestras impresiones.
[1.1.01.09]
Para confirmar esto consideraré otro un segundo fenómeno manifiesto y convincente, que consiste en que siempre que por un accidente las facultades que producen algunas impresiones se hallan fuera de función, como cuando una persona es ciega o sorda de nacimiento, no sólo se pierden las impresiones, sino también las ideas correspondientes, de modo que no aparece jamás en la mente el más pequeño rastro de unas y otras. No sólo esto es cierto cuando los órganos de la sensación se hallan totalmente destruidos, sino también cuando no han sido jamás puestos en acción para producir una impresión particular. No podemos formarnos una idea precisa del sabor de un plátano sin haberlo probado realmente.
[1.1.01.10]
Sin embargo, existe un fenómeno contradictorio que puede probar que no es absolutamente imposible para las ideas preceder a las impresiones correspondientes. Creo que se concederá fácilmente que las varias ideas distintas de colores que percibimos con los ojos o de los sonidos que nos proporciona el oído son realmente diferentes las unas de las otras, aunque al mismo tiempo semejantes. Ahora bien; si esto es verdad de los diferentes colores, debe no ser menos cierto que los diferentes matices del mismo color producen cada uno una idea distinta independiente de las demás; pues si esto se niega, es posible, por la graduación continua de los matices, pasar de un color insensiblemente al que le es más remoto, y si no se concede que todos los términos medios son diferentes, no se puede, sin cometer un absurdo, negar que los extremos sean los mismos. Supongamos, por consiguiente, que una persona haya gozado de la vista durante treinta años y haya llegado a conocer los colores de todas clases, excepto un matiz de azul particular, por ejemplo, que no ha tenido la suerte de encontrar. Colóquense todos los diferentes matices de este color, excepto este único, ante él, descendiendo gradualmente del más obscuro al más claro; en este caso, es manifiesto que percibirá un hueco donde falta este matiz y se dará cuenta de que existe en este lugar una distancia mayor entre los colores contiguos que en algún otro. Me pregunto ahora si es posible para él suplir por su propia imaginación esta falta y producir la idea de este particular matiz, aunque no le haya sido nunca proporcionada por los sentidos. Creo que pocos no serán de la opinión de que puede, y esto podrá servir como prueba de que las ideas simples no se derivan siempre de las impresiones correspondientes, aunque el caso es tan particular y singular que apenas merece nuestra observación y que no merece que por él solo alteremos nuestras máximas generales.
[1.1.01.11]
Aparte de esta excepción, no estará de más notar en este caso que el principio de prioridad de las impresiones con respecto a las ideas debe ser entendido con otra limitación, a saber: que, como nuestras ideas son imágenes de nuestras impresiones, podemos formar ideas secundarias que son imágenes de las primarias, como se ve por el razonamiento que hacemos acerca de ellas. Esto no es, propiamente hablando, tanto una excepción de la regla como una explicación de ella. Las ideas producen imágenes de sí mismas en nuevas ideas; pero como se supone que las primeras ideas se derivan de impresiones, sigue siendo cierto que todas nuestras ideas simples proceden mediata o inmediatamente de sus impresiones correspondientes.
[1.1.01.12]
Este es, pues, el primer principio que establezco en la ciencia de la naturaleza humana y no debe despreciársele a causa de la simplicidad de su apariencia, pues es notable que la presente cuestión referente a la precedencia de nuestras impresiones e ideas es idéntica con la que ha hecho mucho ruido en otros términos, cuando se discutía si existían ideas innatas o si todas las ideas se derivaban de la sensación y reflexión. Podemos hacer observar que, para probar que las ideas de extensión y color no son innatas, los filósofos no hacen más que mostrar que nos son proporcionadas por los sentidos. Para probar que las ideas de pasión y deseo no son innatas observan que tenemos una experiencia precedente de estas emociones en nosotros mismos. Ahora bien; si examinamos cuidadosamente estos argumentos hallaremos que no prueban más que las ideas son precedidas de otras percepciones más vivaces de las que se derivan y que representan. Espero que esta clara posición de la cuestión acabará con todas las discusiones concernientes a ellas y hará de más uso este principio en nuestros razonamientos de lo que parecía haberlo sido hasta ahora.
Sec. 1.1.02. División del asunto
[1.1.02.01]
Puesto que resulta que nuestras impresiones simples son anteriores a sus ideas correspondientes y que las excepciones de esto son muy raras, el método parece requerir que examinemos nuestras impresiones antes de considerar nuestras ideas. Las impresiones pueden ser divididas en dos géneros: las de la sensación y las de la reflexión. El primer género surge en el alma, originariamente por causas desconocidas. El segundo se deriva, en gran medida, de nuestras ideas y en el siguiente orden. [Primero:] Una impresión nos excita a través de los sentidos y nos hace percibir [otra impresión de]2 calor o frío, sed o hambre, [o algún] placer o dolor de uno u otro género. De esta [aquella]3 impresión existe una copia tomada por el espíritu y que permanece después [de] que la impresión cesa, y a esto [esta copia]4 llamamos una idea. Las ideas [que corresponden a impresiones que fueron causas] de placer o dolor producen [después], cuando vuelven a presentarse en el alma, las nuevas impresiones [pero no de placer y dolor, sino] de deseo y aversión, esperanza y temor que pueden ser llamadas propiamente impresiones de reflexión porque derivan de ella [esta última]. Éstas son a su vez copiadas por la memoria e imaginación y [en un tercer momento] se convierten en ideas, que quizá a su vez dan lugar [en un cuarto momento] a otras impresiones e ideas; de modo que las impresiones de reflexión no son sólo antecedentes a sus [propias] ideas correspondientes sino [que] también [son] posteriores a las de sensación5 y derivadas de ella. — El examen de nuestras sensaciones corresponde más a los anatónomos y filósofos de la naturaleza que a la moral y, por consiguiente, no debemos ahora entrar en él. Como las impresiones de reflexión, a saber: pasiones, deseos y emociones, que principalmente exigen nuestra atención, surgen las más veces de ideas, debemos invertir el método que a primera vista parecía más natural, y para explicar la naturaleza y principios del espíritu humano, dar una noticia particular de las ideas antes de que pasemos a las impresiones. Por esta razón prefiero comenzar con las ideas. [Cfr. "impresiones internas" 1.2.03.03, 1.3.14.22, 2.1.01 y 2.3.01.02; así como "instintos" e "impulsos naturales" 2.3.03.08 y 2.3.09.08]
Sec. 1.1.03. De las ideas de la memoria y la imaginación
[1.1.03.01]
Hallamos por experiencia que cuando una impresión ha estado una vez presente al espíritu, hace de nuevo su aparición en él como una idea, y que esto puede suceder de dos modos diferentes: cuando en su nueva aparición conserva un grado considerable de su primera vivacidad y es así algo intermedio entre una impresión y una idea y cuando pierde enteramente esta vivacidad y es una idea por completo. La facultad por la que reproducimos nuestras impresiones del primer modo es llamada memoria, y aquella que las reproduce del segundo, imaginación. Es evidente, a primera vista, que las ideas de la memoria son mucho más vivaces y consistentes que las de la imaginación y que la primera facultad nos presenta sus objetos más exactamente que lo hace la última. Cuando recordamos un suceso pasado su idea surge en el espíritu con energía, mientras que en la imaginación la percepción es débil y lánguida y no puede ser mantenida por el espíritu, sin dificultad invariable y uniforme, durante algún tiempo considerable. Existe aquí, pues, una diferencia importante entre una y otra especie de ideas; pero de esto trataremos más extensamente después (Vid. 1.3.05).6
[1.1.03.02]
Hay aún otra diferencia entre estos dos géneros de ideas y que no es menos evidente, a saber: que aunque ni las ideas de la memoria ni las de la imaginación, [i.e.] ni las ideas vivaces ni las débiles, pueden hacer su aparición en el espíritu a no ser que sus impresiones correspondientes hayan tenido lugar antes para prepararles el camino, la imaginación no se halla obligada a seguir el mismo orden y forma de las impresiones originales, mientras que la memoria se halla en cierto modo limitada en este respecto y no posee el poder de variarlas.
[1.1.03.03]
Es evidente que la memoria conserva la forma original en la que sus objetos fueron presentados y que siempre que nos apartamos de aquélla al recordar algo procede esto de algún defecto o imperfección en dicha facultad. Un historiador puede, quizá, por la marcha más conveniente de su narración, relatar un suceso antes que otro al que fue realmente posterior; pero se da cuenta de esta alteración del orden, si es verídico, y por este medio vuelve a colocar la idea en su debida posición. Sucede lo mismo en nuestro recuerdo de lugares y personas que hemos conocido antes. La función capital de la memoria no es conservar las ideas simples [solamente], sino su orden y posición. En resumen: este principio se halla basado en un número tal de fenómenos corrientes y vulgares [que le sirven de evidencia], que podemos economizarnos la molestia de insistir más sobre él.
[1.1.03.04]
Hallamos la misma evidencia en nuestro segundo principio, de la libertad de la imaginación para alterar el orden y transformar sus ideas. Las fábulas que encontramos en los poemas y novelas ponen esto enteramente fuera de cuestión. La naturaleza se halla totalmente alterada y no se mencionan más que caballos alados, dragones feroces y gigantes monstruosos. No debe parecer extraña esta libertad de la fantasía si consideramos que todas nuestras ideas [simples] son copias de nuestras impresiones [simples,] y que [si] no hay dos impresiones que sean totalmente inseparables [, entonces tampoco hay dos ideas simples que sean inseparables y entre las que no pueda señalarse alguna diferencia]. No es preciso mencionar que [esta libertad de la imaginación]7 también es esto una consecuencia evidente de la división de las ideas en simples y complejas. Siempre [Y de que siempre] que la imaginación percibe una diferencia entre ideas puede producir fácilmente una separación. [… y una reagrupación.]8
Sec. 1.1.04. De la conexión o asociación de ideas
[1.1.04.01]
Como todas las ideas simples complejas pueden ser separadas descompuestas por la imaginación y pueden ser unidas sus partes reunidas de nuevo en la forma que a ésta agrade, nada sería más inexplicable que las operaciones de esta facultad si no estuviese guiada por algunos principios universales que la hacen en alguna medida uniforme en todos los tiempos y lugares. Si las ideas existiesen enteramente desligadas e inconexas sólo el azar las uniría, y sería imposible que las mismas ideas se unan regularmente en ideas complejas (como lo hacen corrientemente) sin que exista algún lazo de unión entre ellas, alguna cualidad que las asocie y por la que naturalmente una idea despierte a la otra. Este principio de unión entre las ideas no ha de ser considerado como una conexión inseparable, pues esto ha sido ya excluido por para la imaginación, y además no podemos concluir que sin éste el espíritu no pueda unir dos ideas, pues nada es más libre que dicha facultad, sino que hemos de considerarlo como una fuerza dócil que prevalece comúnmente y es la causa [profunda] de por qué, entre otras cosas, los lenguajes [idiomas] se correspondan tan exactamente los unos a los otros; la naturaleza ha indicado, en cierto modo, a cada una de las ideas simples cuáles son más propias para ser unidas en un complejo. Son tres las cualidades de que surge esta asociación y por las cuales es llevado de este modo el espíritu de una idea a otra, a saber: semejanza, contigüidad en tiempo y espacio, y causa y efecto.
[1.1.04.02]
Creo que no será muy necesario probar que estas cualidades producen una asociación entre ideas y que cuando aparece una idea despierta naturalmente otra. Es claro que, en el curso de nuestro pensamiento y en la constante revolución de nuestras ideas, nuestra imaginación pasa fácilmente de una idea a otra que se le asemeja y que esta cualidad por sí sola es para la fantasía un lazo suficiente de asociación. Es igualmente evidente que como los sentidos al cambiar sus objetos están obligados a cambiarlos regularmente y a tomarlos tal como se hallan contiguos unos a otros, la imaginación debe, en virtud de una larga costumbre, adquirir el mismo método de pensar y recorrer las partes del espacio y el tiempo al concebir sus objetos. En cuanto a la conexión, que está constituida por la relación de causa y efecto, tendremos ocasión más tarde de examinarla en su totalidad y, por consiguiente, no insistiré aquí sobre ella: Es suficiente observar que no hay relación que produzca una conexión más fuerte en la fantasía y haga que una idea despierte más fácilmente a otra que la relación de causa y efecto entre sus objetos.9
[1.1.04.03]
Para darnos cuenta de toda la extensión de estas relaciones debemos considerar que dos objetos están enlazados entre sí en la imaginación, no sólo cuando el uno es inmediatamente semejante, contiguo o causa del otro, sino también cuando se interpone entre ellos un tercer objeto que tiene con los dos alguna de estas relaciones. Esto puede ser prolongado en una gran extensión, aunque observamos al mismo tiempo que cada aumento de términos disminuye considerablemente la relación. Los primos en cuarto grado se hallan enlazados por la relación de causalidad, si se me permite usar este término, pero no tan íntimamente como los hermanos y mucho menos que los hijos y el padre. En general, podemos observar que todas las relaciones de sangre dependen de las de causa y efecto y se estiman próximas o remotas, según el número de causas intermedias interpuestas entre las personas.
[1.1.04.04]
De las tres relaciones arriba mencionadas, la más extensa es la de causalidad. Dos objetos pueden ser considerados como puestos en esta relación tanto cuando el uno es causa de alguna de las acciones o movimientos del otro como cuando el primero es la causa de la existencia del último, pues como la acción o movimiento no es más que el objeto mismo considerado en un cierto respecto y como el objeto continúa el mismo en todas sus diferentes situaciones, es fácil imaginar cómo esta influencia de unos objetos sobre otros puede enlazarlos en la imaginación.
[1.1.04.05]
Podemos llevar esto más lejos y hacer notar que no sólo dos objetos están enlazados por la relación de causa y efecto cuando el uno produce un movimiento o una acción del otro, sino también cuando tiene el poder de producirlas. Podemos observar que esto es la fuente de todas las relaciones de interés y deber por los que los hombres se influyen los unos a los otros en la sociedad y se hallan sometidos a los lazos del gobierno y la subordinación. Un señor es una persona que por su situación, que surge de la fuerza o del pacto, tiene el poder de dirigir en ciertos respectos las acciones de otra persona que llamamos criado. Un juez es un individuo que en todos los casos en litigio puede fijar por su opinión la posesión o propiedad de algo entre miembros de la sociedad. Cuando una persona posee algún poder no se requiere para ponerlo en acción más que el ejercicio de la voluntad, y esto se considera, en cada caso, como posible, y, en muchos, como probable, especialmente en el caso de la autoridad, donde la obediencia del súbdito es un placer y una ventaja para el superior.
[1.1.04.06]
Estos son, por consiguiente, los principios de unión o cohesión de nuestras ideas simples y ocupan en la imaginación el lugar de la conexión inseparable por la que se hallan unidas en nuestra memoria. Existe aquí un género de atracción que, como se verá, posee en el mundo mental efectos tan extraordinarios como en el natural y que se revela en formas tan numerosas como varias. Sus efectos son en todas partes notables; pero en cuanto a sus causas, son las más de las veces desconocidas y deben reducirse a las cualidades originales de la naturaleza humana, que yo no pretendo explicar.10 Nada es más preciso para un legítimo filósofo que refrenar el inmoderado deseo de investigar las causas, y habiendo establecido una doctrina sobre un número suficiente de experimentos, debe contentarse con esto cuando ve que un examen ulterior le llevará a especulaciones obscuras e inciertas. En este caso, su investigación estará mucho mejor empleada examinando los efectos que indagando las causas de sus principios.
[1.1.04.07]
Entre los efectos de esta unión o asociación de ideas no existe ninguno tan notable como las ideas complejas, que son los objetos comunes de nuestros pensamientos y razonamientos y que surgen generalmente de algún principio de unión entre nuestras ideas simples. Estas ideas complejas pueden dividirse en relaciones, modos y substancias. Examinaremos brevemente cada una de éstas en orden [1.1.05 y 06] y uniremos [finalmente añadiremos] algunas consideraciones referentes a nuestras ideas generales y particulares [1.1.07] antes que dejemos el presente asunto, que puede ser considerado como [el de] los elementos de esta filosofía.
Sec. 1.1.05. De las relaciones
[1.1.05.01]
La palabra relación se usa en dos sentidos muy diferentes el uno del otro. Designa a veces la cualidad por la cual dos ideas se hallan enlazadas entre sí en la imaginación y por la que una de ellas despierta naturalmente la otra, según se ha explicado; y otras veces, la circunstancia particular según la que consideramos apropiado comparar dos ideas, incluso si para ello hay que unirlas arbitrariamente en la fantasía. En lenguaje corriente es el primer sentido en el que usamos la palabra relación, y solamente en filosofía la ampliamos y la hacemos significar [alguna cualidad o] algún asunto [o circunstancia] particular de comparación, sin un principio de enlace. Así se concede por los filósofos que la distancia es una verdadera relación, porque adquirimos una idea de ella comparando objetos; pero hablando corrientemente decimos que nada puede estar más distante entre sí que tales o tales cosas y que nada puede tener menos relación, como si distancia y relación fuesen incompatibles.
[1.1.05.02]
Puede quizá ser estimado como una tarea infinita enumerar las cualidades que hacen que los objetos admitan una comparación y por las que se producen las ideas de la relación filosófica; pero si consideramos diligentemente esto, hallaremos que sin ninguna dificultad pueden [estas cualidades objetivas] ser comprendidas bajo siete títulos generales, que pueden, pues, considerarse como los orígenes de toda relación filosófica:
[1.1.05.03]
1. La primera es la semejanza (resemblance), y ésta es una relación sin la que no puede existir ninguna [otra] relación filosófica, pues ningún objeto admite una comparación más que cuando tiene con otros algún grado de semejanza.11 Pero aunque la semejanza sea necesaria para toda [otra] relación filosófica, no se sigue [que seamos siempre conscientes de ella ni] que produzca siempre [por sí sola] una conexión o asociación de ideas. Cuando una cualidad llega a ser muy general y es común a muchos individuos no lleva al espíritu directamente [del original] a alguno [otro] de ellos, sino que, presentando a una vez un gran número de ellos, impide, por consiguiente, que la imaginación se fije en un único objeto.12
[1.1.05.04]
2. La identidad puede ser estimada una segunda especie de relación. Esta relación la considero aquí como aplicada en su sentido estricto a los objetos constantes e inmutables, sin examinar decidir ahora sobre la naturaleza y fundamentación de la identidad personal, lo que tendrá lugar más tarde.13 De todas estas relaciones,14 la más universal es la de identidad, por ser común a todo ser cuya existencia tenga [o se descubra que, por debajo de sus cambiantes cualidades, tiene] alguna duración.
[1.1.05.05]
3. Después de la identidad, las relaciones más universales15 y comprensivas son las del espacio y tiempo, que son el origen de un número infinito de comparaciones, como distante, contiguo, arriba, abajo, delante, detrás, etc.
[1.1.05.06]
4. Todos los objetos que admiten cantidad o número pueden ser comparados en este respecto, que es otro origen muy fecundo de relaciones.
[1.1.05.07]
5. Cuando dos objetos cualesquiera poseen la misma cualidad en común, los grados en que la poseen forman una quinta especie de relación. Así, de dos objetos que son pesados, el uno puede ser más o menos pesado que el otro. Dos colores que son del mismo género pueden ser de diferentes matices, y en este respecto admiten comparación.
[1.1.05.08]
6. La relación de oposición o contrariedad (contrariety) puede a primera vista ser considerada como una excepción de la regla de que ninguna relación de cualquier género puede subsistir sin algún grado de semejanza. Sin embargo, consideremos que dos ideas no son nunca en sí mismas contrarias, si se exceptúa las [ideas contradictorias] de existencia y no existencia [de un mismo objeto], y que aun éstas son claramente semejantes, por implicar ambas la idea de un objeto [en común], aunque la última excluye el objeto de todo tiempo y lugar en el que se supone que no existe [mientras la primera lo pone en algún tiempo y lugar; o viceversa, la primera lo pone en todo tiempo y lugar, y la última lo quita de alguno de ellos].
[1.1.05.09]
Todos los restantes objetos [que son opuestos], como el fuego y el agua, el calor y el frío, etc., considerados contrarios, lo son por experiencia solamente, y por la oposición contradicción de sus causas o de sus efectos — [7.] relación ésta, de causa y efecto, que es tanto una séptima relación filosófica como una relación natural. La semejanza implícita en esta [ésta, como en toda] relación, se explicará más adelante.
[1.1.05.10]
Naturalmente, se esperaría que uniese la diferencia a las otras relaciones; pero yo considero a ésta más como una negación de relación que como algo real o positivo. La diferencia es de dos géneros, como opuesta a la identidad o a [como límite de] la semejanza. La primera se llama una diferencia de número; la segunda, de género. [La primera hace dos objetos distintos; la segunda, además, diferentes o heterogéneos.]
Sec. 1.1.06. De los modos y substancias
[1.1.06.01]
Preguntaría gustoso a los filósofos que fundan muchos de sus razonamientos sobre la distinción de substancia y accidente e imaginan que tenemos ideas claras de ello, si la idea de substancia se deriva de las impresiones de sensación o reflexión. Si nos es procurada por nuestros sentidos, pregunto por cuál de ellos y de qué manera. Si es percibida por la vista, debe ser un color; si por el oído, un sonido; si por el paladar, un sabor, y así sucesivamente sucederá con los otros sentidos. Creo, sin embargo, que nadie afirmará que la substancia es un color, un sonido o un sabor. La idea de substancia debe, por consecuencia, derivarse de una impresión de reflexión si realmente existe. Pero nuestras impresiones de reflexión se reducen a nuestras pasiones y emociones, ninguna de las cuales es posible que represente una substancia. No tenemos, por consiguiente, una idea de la substancia distinta de una colección de cualidades particulares, y no nos referimos a otra cosa cuando hablamos o razonamos acerca de ella.
[1.1.06.02]
La idea de una substancia, lo mismo que la de un modo, no es más que una colección de ideas simples que están unidas por la imaginación [, tienen identidad] y poseen un nombre particular asignado ellas [esa unión idéntica], por el que somos capaces de recordar para nosotros mismos o los otros esta colección; pero la diferencia entre estas ideas consiste en que las cualidades particulares que forman una substancia * [substancia 1:] se refieren corrientemente a un [algún mismo] algo desconocido, al que se supone son [efectos] inherentes, o, * [substancia 2:] concediendo que esta ficción no tiene lugar, se supone al menos que se hallan enlazadas estrecha e inseparablemente por las relaciones de contigüidad y causalidad. El efecto de esto es que siempre que descubrimos que una nueva cualidad simple tiene la misma conexión [de contigüidad y causalidad] con las restantes, la comprendemos inmediatamente entre ellas, aunque no esté dentro de la primera concepción de la substancia. Así, nuestra idea de oro puede, al principio, ser un color amarillo, peso, maleabilidad, fusibilidad; pero después de descubrir su solubilidad en el agua regia podemos unir esta cualidad a las otras y suponer que pertenece tanto a la substancia como si su idea hubiera sido parte o componente de ella desde un comienzo. El principio de unión [o mejor dicho, de identidad], [sea la idea fictica de una causa común de las diversas cualidades (que por ello les da contigüidad e identidad), o sea la suma de sus relaciones de contigüidad y causalidad recíproca] es considerado como una parte capital de la idea compleja [de una sustancia, y] da entrada a cualquier cualidad que se presente después, la cual es comprendida por él al igual que las otras que se presentaron primeramente.
[1.1.06.03]
Que esto no puede tener lugar en los modos es evidente al considerar su naturaleza. Las ideas simples, de las cuales los modos están formados, o representan cualidades * [modo 2:] que no están unidas por contigüidad y causalidad, sino que están dispersas en diferentes sujetos, o * [modo 1:] se hallan unidas, pero su principio de su unión [identidad] no se considera como el fundamento [existencial, i.e. la causa] de la idea compleja. La idea de la danza es un ejemplo del primer género de modos16; la de la belleza, del segundo17. Es obvia la razón por la que ideas semejantes complejas no pueden admitir una idea nueva sin que cambie el nombre del modo.
Sec. 1.1.07. De las ideas abstractas
[1.1.07.01]
Una cuestión muy importante ha sido suscitada con respecto a las ideas abstractas o generales, es decir, si son generales o particulares en la concepción que el espíritu tiene de ellas. Un gran filósofo (el Doctor Berkeley) ha combatido la opinión tradicional en este particular y ha afirmado que todas las ideas generales no son más que ideas particulares unidas a un cierto término que les concede una significación más extensa y las hace despertar, en ocasiones, otras ideas individuales que son semejantes a ellas. Como yo considero éste uno de los descubrimientos más grandes y más valiosos que han sido hechos en los últimos años en la república de las letras, intentaré confirmarlo por algunos argumentos que espero lo pongan más allá de toda duda y controversia.
[1.1.07.02]
Es evidente que al formar las más de nuestras ideas generales, si no todas, hacemos abstracción de los grados particulares de cantidad y cualidad, y que un objeto no deja de pertenecer a una especie dada por razón de una pequeña alteración en su extensión, duración y otras propiedades. Por consiguiente, puede pensarse que existe aquí un claro dilema que decide acerca de la naturaleza de las ideas abstractas, ideas que han proporcionado tantos asuntos de especulación a los filósofos. La idea abstracta del hombre representa a los hombres de todos los tamaños y de todas las cualidades; de lo que se concluye no puede hacerlo más que [a] representando a la vez todas las complexiones y cualidades posibles, o [b] no representando ninguna. Ahora bien; estimándose como absurdo defender la primera posición, por implicar una capacidad infinita del espíritu, se ha decidido comúnmente en favor de la última y se ha supuesto que nuestras ideas abstractas no representan ningún grado particular de cantidad o cualidad. Sin embargo, haré ver que esta decisión es errónea, primeramente probando que [-b] es totalmente imposible concebir una cantidad o cualidad sin formarse una noción precisa de sus grados, y [a] segundo, mostrando que, aunque la capacidad del espíritu no es infinita, podemos formarnos a la vez una noción de todos los grados posibles de cantidad y cualidad de una manera que, aunque imperfecta, puede servir al menos para todos los propósitos de la reflexión y conversación.
[1.1.07.03]
[-b] Comenzando con la primera proposición de que el espíritu no puede formarse una noción de cantidad y cualidad sin formarse una noción precisa de los grados de cada una, la probaremos por los tres argumentos siguientes: [-b.1] Primeramente, hemos observado que todos los objetos diferentes son distinguibles y que todos los objetos distinguibles son separables por el pensamiento y la imaginación. Podemos añadir aquí que estas proposiciones son igualmente ciertas en su recíproca y que todos los objetos separables son, pues, distinguibles, y que todos los objetos distinguibles son , por consiguiente, diferentes. Pues ¿cómo es [sería] posible que podamos separar lo que [ex hypothesi] no es distinguible o distinguir lo que [ex hypothesi] no es diferente? Por consiguiente, para saber si la abstracción implica una separación [efectiva] necesitamos tan sólo considerar y examinar, desde este punto de vista, si todas las circunstancias de que abstraemos en nuestras ideas generales son distinguibles y diferentes de las que retenemos como partes esenciales de las mismas. Es evidente, a primera vista, que la determinada longitud de una línea no es diferente ni distinguible de la línea misma, ni, en general, el grado preciso de una cualidad [lo es de la cualidad misma]. Por consiguiente, estas ideas son tan poco susceptibles de separación como [lo son] de distinción o diferencia. Se hallan, pues, unidas unas con otras en la concepción; y la idea general de una línea, a pesar de todas nuestras abstracciones y refinamientos, tiene, cuando aparece en el espíritu, un [algún] grado preciso de cantidad y [otro de] cualidad, aunque [bien] se pueda hacer que represente otras líneas que poseen diferentes grados de ambas.
[1.1.07.04]
[-b.2] Segundo: se confiesa que ningún objeto puede aparecer a los sentidos o, con otras palabras, que ninguna impresión puede llegar a estar presente al espíritu sin hallarse determinada en sus grados de cantidad y cualidad. La confusión en que se hallan envueltas a veces las impresiones [se admite también] procede tan sólo de su debilidad e inestabilidad, y [mas] no de alguna capacidad del espíritu para recibir una impresión que en su existencia real no posea un [algún] grado o [alguna] relación determinados. Es esto [último] una contradicción en los términos, y aun implica la más crasa de las contradicciones, a saber: que es [fuera] posible que la misma cosa sea y no sea, al mismo tiempo.
[1.1.07.05]
Ahora bien; puesto que todas las ideas se derivan de impresiones y no son más que copias y representaciones de ellas, todo lo que es verdadero de las unas debe reconocerse como perteneciente a las otras. Las impresiones y las ideas difieren tan sólo por su vigor y vivacidad. [Pero] La conclusión precedente no se funda en un [ningún] grado particular de vivacidad. No puede, pues, ser afectada [estar limitada] por una variación en este respecto. Una idea es una impresión más débil, y como una impresión fuerte debe tener necesariamente una cualidad y cantidad determinadas, [entonces] debe suceder lo mismo con su copia o representante.
[1.1.07.06]
[-b.3] Tercero: es un principio generalmente admitido en filosofía que todo en la naturaleza es individual y que es totalmente absurdo suponer un triángulo realmente existente que no posea una relación precisa de lados y ángulos. Si esto, por consiguiente, es absurdo en el hecho y la realidad, debe serlo también en la idea, pues nada de lo que podemos formarnos una idea clara y distinta es absurdo o imposible. Formarnos la idea de un objeto y formarnos una idea simplemente es la misma cosa: la referencia de la idea al objeto, siendo una denominación extraña, de la que en sí misma no tiene ni indicación ni carácter. Ahora bien; como es imposible formarnos una idea de un objeto que posee cantidad y cualidad y, sin embargo, no la posee en un grado determinado de ambas, se sigue que existe una imposibilidad igual para formarnos una idea que no se halla limitada y confinada en estos dos respectos. Las ideas abstractas son, pues, en sí mismas individuales, aunque puedan llegar a ser generales en su representación. La imagen en la mente es solamente la de un objeto particular, aunque su aplicación, en nuestro razonamiento, sea la misma que si fuese universal.18
[1.1.07.07]
Esta aplicación [o significación] de las ideas más allá de su naturaleza procede de la reunión de todos sus grados de cantidad y cualidad de una manera imperfecta, pero que puede servir [suficiente] para los propósitos de la vida, lo que constituye la segunda proposición [a] que yo me propongo explicar. Cuando hemos hallado una semejanza19 entre varios objetos y que frecuentemente se nos presenta, aplicamos el mismo nombre a todos ellos, cualesquiera que sean las diferencias que podamos observar en los grados de su cantidad y cualidad y todas las demás diferencias que puedan aparecer entre ellos. Después que hemos adquirido un hábito de este género, la audición de este nombre despierta la idea de uno de estos objetos y hace que la imaginación lo conciba con todas sus circunstancias y proporciones determinadas. Pero como la misma palabra se supone que ha sido aplicada frecuentemente a otras representaciones particulares, que son diferentes en muchos respectos de la idea que se halla inmediatamente presente al espíritu, y no siendo la palabra capaz de despertar la idea de otras representaciones particulares, toca tan sólo al alma, si se nos permite hablar de este modo, y despierta el hábito que hemos adquirido considerándolas. No están éstas realmente de hecho presentes al espíritu, pero sí solamente en potencia; no podemos representárnoslas claramente en la imaginación, pero somos capaces de considerar fácilmente alguna de ellas cuando lo exija un designio o necesidad presente. La palabra despierta una idea individual y al mismo tiempo un cierto hábito [una cierta disposición habitual], y este hábito produce cualquier otra idea individual que podemos tener ocasión de emplear [requerir]. Sin embargo, como la producción de todas las ideas a las que el nombre puede ser aplicado es, en los más de los casos, imposible, abreviamos este trabajo por una consideración más parcial y hallamos que no surgen más que pocos inconvenientes, de esta simplificación, en nuestro razonamiento.
[1.1.07.08]
Una de las circunstancias más extraordinarias del presente asunto es que, después que el espíritu ha producido una idea individual sobre la que razonamos, el hábito que la acompaña y es despertado por el término general o abstracto sugiere rápidamente otra idea individual, si por casualidad hacemos un razonamiento que no concuerda con éste aquélla. Así, si mencionáramos la palabra triángulo, y formásemos la idea de un equilátero determinado para corresponder a aquélla y afirmásemos después que los tres ángulos de un triángulo son iguales entre sí, las otras ideas individuales de un escaleno y un isósceles, que hemos omitido al principio, se nos presentan inmediatamente y nos hacen percibir la falsedad de esta proposición, aunque sea verdadera con relación a la idea que hemos formado. La mente no sugiere siempre estas ideas cuando es preciso, y esto procede de alguna imperfección en sus facultades. Una imperfección semejante es frecuentemente el origen de los razonamientos falsos y de la sofística. Esto es algo que sucede principalmente con las ideas abstrusas y complejas. En otras, el hábito es más perfecto y con ellas rara vez caemos en tales errores.
[1.1.07.09]
Es más; el hábito es en ocasiones tan perfecto que la misma idea puede unirse a varias palabras diferentes y puede ser empleada en diferentes razonamientos sin peligro alguno de error. Así, la idea de un triángulo equilátero de una pulgada de altura puede servirnos para hablar de figuras, de figuras rectilíneas, de figuras regulares, de triángulos y de triángulos equiláteros. Por consiguiente, todos estos términos van en este caso unidos con la misma idea; pero como acostumbran a ser aplicados en una mayor o menor extensión, despiertan sus hábitos particulares, y por esto llevan al espíritu rápidamente a observar [asegurarse de] que no se ha [haya] realizado ninguna conclusión contraria a la idea que usualmente se comprende bajo ellos.
[1.1.07.10]
Antes de que estos hábitos hayan llegado a ser totalmente perfectos, quizá el espíritu no se contente con formarse la idea de una sola realidad individual, sino que puede recorrer varias distintas [aleatoriamente], para entender lo que quiere decir y la extensión del complejo que quiere expresar por el término general. Para que podamos determinar el sentido de la palabra figura debemos recorrer en nuestro espíritu las ideas de círculo, cuadrado, paralelogramo, triángulo de diferentes lados y proporciones, y no podemos permanecer en una imagen o idea. Como quiera que esto sea, es cierto que nos formamos la idea de realidades individuales siempre que usamos un término general, que rara vez o nunca agotamos estas realidades individuales, y que las que permanecen por representar son representadas solamente [virtualmente] por medio del hábito por el que las reproducimos cuando alguna ocasión presente las exige. Ésta es, pues, la naturaleza de nuestras ideas abstractas y términos generales, y de esta manera es como explicamos la precedente paradoja de que algunas ideas son particulares en su naturaleza y generales en su representación. Una idea particular se hace general uniéndose con un término general, esto es, con un término que por una unión habitual está en relación con otras muchas ideas particulares y las reproduce en la imaginación fácilmente.
[1.1.07.11]
La única dificultad que queda en este asunto debe referirse al [a este] hábito [o protención (JBM)] que reproduce [produce] tan fácilmente toda idea particular que podamos necesitar y es despertado por una palabra o sonido con el que lo [la] unimos frecuentemente. El modo más apropiado, según mi opinión, de dar una explicación satisfactoria de esta actividad del espíritu es producir [a'] otros casos que son análogos a ella y [a"] otros principios que facilitan su actuación. Es imposible explicar las causas últimas de nuestras acciones mentales. Es suficiente que podamos dar una explicación satisfactoria de ellas por la experiencia y analogía.
[1.1.07.12]
[a'.1] Primeramente, pues, observo que cuando mencionamos algún número grande, por ejemplo, un millar, el espíritu no tiene en general una idea suya adecuada, sino tan sólo la capacidad de producir una idea tal por la idea adecuada de las decenas, bajo las cuales el número se halla comprendido. Esta imperfección, sin embargo, de nuestras ideas no se experimenta nunca en nuestros razonamientos, que parecen ser un caso paralelo al presente de las ideas universales.
[1.1.07.13]
[a'.2] Segundo: tenemos varios casos de hábitos que pueden ser despertados por una sola palabra, como, por ejemplo, cuando una persona que sabe de memoria un fragmento de un discurso o una serie de versos puede recordar el todo cuando está teniendo problemas para reproducirlo, tan sólo mediante la primera palabra o expresión con la que comienza.
[1.1.07.14]
[a".1] Tercero: creo que todo el que examine la situación de su espíritu al razonar estará de acuerdo conmigo en que no unimos ideas distintas y completas a cada término que usamos, y que cuando hablamos de gobierno, iglesia, negociación, conquista, rara vez exhibimos en nuestras mentes todas las ideas simples de las que se componen estas ideas complejas. Sin embargo, se puede observar que, a pesar de esta imperfección, podemos evitar decir absurdos acerca de estos asuntos y podemos percibir una repugnancia entre las ideas tanto como si tuviésemos una plena comprensión de ellas. Así, si en lugar de decir que en la guerra el más débil recurre siempre a las negociaciones dijésemos que recurre siempre a la conquista, el hábito que hemos adquirido de atribuir ciertas relaciones a las ideas y que sigue aun a las palabras, nos haría percibir inmediatamente lo absurdo de esta proposición, del mismo modo que una idea particular puede servirnos para razonar con respecto a otras ideas, aunque sean éstas diferentes en varias circunstancias.
[1.1.07.15]
[a".2] Cuarto: dado que las realidades individuales se agrupan y se colocan bajo un término general, teniendo en cuenta la semejanza que entre sí muestran, esta relación debe facilitar su entrada en la imaginación y hacer que sean sugeridas en la ocasión precisa más rápidamente. De hecho, si consideramos el progreso común del pensamiento, ya en la reflexión, ya en la conversación, hallaremos una razón poderosa para convencernos de este particular. Nada es más admirable que la presteza con que la imaginación despierta sus ideas y las presenta en el instante preciso en que son necesarias o útiles. La fantasía pasa de un extremo a otro del universo, reuniendo las ideas que pertenecen a un asunto. Podría pensarse que el mundo intelectual de las ideas se hallaba [en su totalidad] presente a nosotros y que no hacíamos más que coger [escoger] las que eran más apropiadas a nuestro propósito. Sin embargo, no es preciso que estén presentes todas las ideas, más que las que se hallan reunidas por una especie de facultad "mágica" en el alma, que aunque sea siempre más perfecta en los grandes genios, y es propiamente lo que llamamos genio, [existe en todos los hombres aunque] resulta inexplicable para los más grandes esfuerzos del entendimiento humano.
[1.1.07.16]
Quizá estas cuatro reflexiones pueden ayudar a alejar todas las dificultades de la hipótesis referente a las ideas abstractas que yo he propuesto y que es tan contraria a lo que hasta ahora ha prevalecido en filosofía. Pero, a decir verdad, pongo mi mayor confianza en lo que he probado ya con referencia a la imposibilidad de las ideas generales, según el método corriente de explicarlas [b]. Debemos buscar, ciertamente, algún sistema nuevo en este asunto, y no existe claramente ninguno más que el que yo he propuesto [a+]20. Si las ideas son particulares en su naturaleza y al mismo tiempo finitas en su número, sólo por el hábito pueden hacerse generales en su representación [significación] y contener un número infinito de otras ideas bajo sí.
[1.1.07.17]
Antes de que deje este problema emplearé los mismos principios para explicar la distinción de razón, de la que se habla tanto y se entiende tan poco en las escuelas. De este género es la distinción entre figura y cuerpo figurado, movimiento y cuerpo movido. La dificultad de explicar esta distinción surge del principio antes expuesto: que todas las ideas que son diferentes son separables; pues se sigue de aquí que, [a] si la figura es diferente del cuerpo, sus ideas tienen que ser tan separables como distinguibles; y [b] si no es diferente, sus ideas no pueden ser ni separables ni distinguibles. ¿Qué se entiende, pues, por una distinción de razón, puesto que no implica diferencia ni separación?
[1.1.07.18]
Para evitar esta dificultad debemos recurrir a la explicación precedente de las ideas abstractas. Es cierto que la mente jamás hubiera soñado en distinguir una figura de un cuerpo figurado no siendo en la realidad ni distinguibles, ni diferentes, ni separables, si no hubiera observado que aun en esta simplicidad pueden contenerse [virtualmente] muchas semejanzas y relaciones diferentes. Así, cuando una esfera de mármol blanco se nos presenta [por primera vez], tenemos sólo [simplemente] la impresión de un color blanco dispuesto en una cierta forma, y no somos capaces de separar y distinguir el color de la forma; pero habiendo observado después una esfera de mármol negra y un cubo de mármol blanco, y comparándolos con nuestros primeros objetos [nuestro primer objeto], hallamos dos semejanzas separadas en lo que parecía primeramente, y realmente es totalmente inseparable. Después de un poco más de práctica [y habituación lingüísticas] en este género [de reflexiones], comenzamos a distinguir la figura [en general] del color [en general] por una distinción de razón [habitual]; esto es, consideramos [vemos o imaginamos] juntamente la figura y el color, pues son, en efecto, [inseparables y hasta] la misma cosa e indistinguibles, pero vistas [esta cosa es considerada] bajo aspectos diferentes, según las [diversas] semejanzas de que son susceptibles [es susceptible]. Cuando consideramos solamente la figura de la esfera de mármol blanco, nos formamos, en realidad, una idea de la figura y el color, pero tácitamente dirigimos nuestra vista a su semejanza con la esfera de mármol negro [precautoriamente dirigimos nuestra atención a la esfera de marmol negro con que guarda una relación de semejanza]; y del mismo modo, cuando queremos considerar solamente su color [blanco], dirigimos nuestra vista a su semejanza con el [atención precautoria al semejante] cubo de mármol blanco. Por este medio [que llamamos el diálogo] acompañamos nuestras ideas de una especie de reflexión [o pro-tención habitual], de la que el hábito nos hace, en gran parte, insensibles inconscientes [pero que no por esto está ausente de nuestro actividad mental]. Una persona que desea considerar [imaginar] la figura de un globo de mármol blanco sin pensar en su color, desea una cosa imposible; pero lo que quiere decir es que debemos considerar juntos el color y la figura [del globo], pero [y a la vez] tener presente la semejanza con la esfera de mármol negro o con alguna otra esfera de cualquier otro color o substancia.
Notas
[1.1.01.01n 01]
Utilizo estos términos, impresión e idea, en un sentido diferente del habitual, y espero que se me permitirá esta libertad. Quizás haya más bien restaurado la palabra idea en su sentido original, del cual la había apartado el señor Locke al hacerla valer para todas nuestras percepciones*. Por otra parte, no quisiera que se entendiese por el término impresión la manera de expresar la forma en que son producidas nuestras impresiones vivaces en el alma, sino simplemente las percepciones mismas, para las que no hay –que yo sepa –nombre particular, ni en inglés ni en ninguna otra lengua.
[1.1.03.01n]
1.3.05.
[1.1.07.07n]
Ap. Es evidente que incluso diferentes ideas simples pueden ser similares o semejantes entre sí; no es necesario que el punto o circunstancia de semejanza sea distinto o separable de aquello en que difieren. Azul y verde son ideas simples diferentes, pero son más semejantes entre sí que el azul y el rojo, aunque su perfecta simplicidad excluya toda posibilidad de separación o distinción. Pasa lo mismo con los sonidos, sabores y olores particulares. Estos admiten infinitas semejanzas sobre la base de su apariencia general y la comparación entre ellos, sin que tengan ninguna circunstancia en común. Y de esto podemos estar seguros, aunque partamos de los muy abstractos términos de idea simple, que subsumen bajo sí a todas las ideas simples. Estas se asemejan entre sí por su simplicidad. Y con todo, a causa de su naturaleza misma, que excluye toda composición, esta circunstancia por la que se asemejan no es ni distinguible ni separable de las demás. Lo mismo sucede con todos los grados de una cualidad. Todos ellos son semejantes, y sin embargo la cualidad que hay en el individuo, no es distinta del grado. Ap.
Part 1.1. Of ideas: their origin, composition, connection, abstraction, etc..
Sect. 1.1.01. Of the Origin of our Ideas.
[EN.1.1.01.01]
All the perceptions of the human mind resolve themselves into two distinct kinds, which I shall call IMPRESSIONS and IDEAS. The difference betwixt these consists in the degrees of force and liveliness, with which they strike upon the mind, and make their way into our thought or consciousness. Those perceptions, which enter with most force and violence, we may name impressions: and under this name I comprehend all our sensations, passions and emotions, as they make their first appearance in the soul. By ideas I mean the faint images of these in thinking and reasoning; such as, for instance, are all the perceptions excited by the present discourse, excepting only those which arise from the sight and touch, and excepting the immediate pleasure or uneasiness it may occasion. I believe it will not be very necessary to employ many words in explaining this distinction. Every one of himself will readily perceive the difference betwixt feeling and thinking. The common degrees of these are easily distinguished; tho' it is not impossible but in particular instances they may very nearly approach to each other. Thus in sleep, in a fever, in madness, or in any very violent emotions of soul, our ideas may approach to our impressions, As on the other hand it sometimes happens, that our impressions are so faint and low, that we cannot distinguish them from our ideas. But notwithstanding this near resemblance in a few instances, they are in general so very different, that no-one can make a scruple to rank them under distinct heads, and assign to each a peculiar name to mark the difference.21
[EN.1.1.01.02]
There is another division of our perceptions, which it will be convenient to observe, and which extends itself both to our impressions and ideas. This division is into SIMPLE and COMPLEX. Simple perceptions or impressions and ideas are such as admit of no distinction nor separation. The complex are the contrary to these, and may be distinguished into parts. Tho' a particular colour, taste, and smell, are qualities all united together in this apple, 'tis easy to perceive they are not the same, but are at least distinguishable from each other.
[EN.1.1.01.03]
Having by these divisions given an order and arrangement to our objects, we may now apply ourselves to consider with the more accuracy their qualities and relations. The first circumstance, that strikes my eye, is the great resemblance betwixt our impressions and ideas in every other particular, except their degree of force and vivacity. The one seem to be in a manner the reflexion of the other; so that all the perceptions of the mind are double., and appear both as impressions and ideas. When I shut my eyes and think of my chamber, the ideas I form are exact representations of the impressions I felt; nor is there any circumstance of the one, which is not to be found in the other. In running over my other perceptions, I find still the same resemblance and representation. Ideas and impressions appear always to correspond to each other. This circumstance seems to me remarkable, and engages my attention for a moment.
[EN.1.1.01.04]
Upon a more accurate survey I find I have been carried away too far by the first appearance, and that I must make use of the distinction of perceptions into simple and complex, to limit this general decision, that all our ideas and impressions are resembling. I observe, that many of our complex ideas never had impressions, that corresponded to them, and that many of our complex impressions never are exactly copied in ideas. I can imagine to myself such a city as the New Jerusalem, whose pavement is gold and walls are rubies, tho' I never saw any such. I have seen Paris; but shall I affirm I can form such an idea of that city, as will perfectly represent all its streets and houses in their real and just proportions?
[EN.1.1.01.05]
I perceive, therefore, that tho' there is in general a great, resemblance betwixt our complex impressions and ideas, yet the rule is not universally true, that they are exact copies of each other. We may next consider how the case stands with our simple, perceptions. After the most accurate examination, of which I am capable, I venture to affirm, that the rule here holds without any exception, and that every simple idea has a simple impression, which resembles it, and every simple impression a correspondent idea. That idea of red, which we form in the dark, and that impression which strikes our eyes in sun-shine, differ only in degree, not in nature. That the case is the same with all our simple impressions and ideas, 'tis impossible to prove by a particular enumeration of them. Every one may satisfy himself in this point by running over as many as he pleases. But if any one should deny this universal resemblance, I know no way of convincing him, but by desiring him to shew a simple impression, that has not a correspondent idea, or a simple idea, that has not a correspondent impression. If he does not answer this challenge, as 'tis certain he can-not, we may from his silence and our own observation establish our conclusion.
[EN.1.1.01.06]
Thus we find, that all simple ideas and impressions resemble each other; and as the complex are formed from them, we may affirm in general, that these two species of perception are exactly correspondent. Having discovered this relation, which requires no farther examination, I am curious to find some other of their qualities. Let us consider how. they stand with regard to their existence, and which of the impressions and ideas are causes, and which effects.
[EN.1.1.01.07]
The full examination of this question is the subject of the present treatise; and therefore we shall here content ourselves with establishing one general proposition, That all our simple ideas in their first appearance are deriv'd from simple impressions, which are correspondent to them, and which they exactly represent.
[EN.1.1.01.08]
In seeking for phenomena to prove this proposition, I find only those of two kinds; but in each kind the phenomena are obvious, numerous, and conclusive. I first make myself certain, by a new, review, of what I have already asserted, that every simple impression is attended with a correspondent idea, and every simple idea with a correspondent impression. From this constant conjunction of resembling perceptions I immediately conclude, that there is a great connexion betwixt our correspondent impressions and ideas, and that the existence of the one has a -considerable influence upon that of the other. Such a constant conjunction, in such an infinite number of instances, can never arise from chance; but clearly proves a dependence of the impressions on the ideas, or of the ideas on the impressions. That I may know on which side this dependence lies, I consider the order of their first appearance; and find by constant experience, that the simple impressions always take the precedence of their correspondent ideas, but never appear in the contrary order. To give a child an idea of scarlet or orange, of sweet or bitter, I present the objects, or in other words, convey to him these impressions; but proceed not so absurdly, as to endeavour to produce -the impressions by exciting the ideas. Our ideas upon their appearance produce not their correspondent impressions, nor do we perceive any colour, or feel any sensation merely upon thinking of them. On the other hand we find, that any impression either of the mind or body is constantly followed by an idea, which resembles it, and is only different in the degrees of force and liveliness, The constant conjunction of our resembling perceptions, is a convincing proof, that the one are the causes of the other; and this priority of the impressions is an equal proof, that our impressions are the causes of our ideas, not our ideas .of our, impressions.
[EN.1.1.01.09]
To confirm this I consider Another plain and convincing phaenomenon; which is, that, where-ever by any accident the faculties, which give rise to any impressions, are obstructed in their operations, as when one is born blind or deaf; -not only the impressions are lost, but also their correspondent ideas; so that there never appear in the mind the least traces of either of them. Nor is this only true, where the organs of sensation are entirely destroy'd, but likewise where they have never been put in action to produce a particular impression. We cannot form to ourselves a just idea of the taste of a pine apple, without having actually tasted it.
[EN.1.1.01.10]
There is however one contradictory phaenomenon, which may prove, that 'tis not absolutely impossible for ideas to go before their correspondent impressions. I believe it will readily be allow'd that the several distinct ideas of colours, which enter by the eyes, or those of sounds, which are convey'd by the hearing, are really different from each other, tho' at the same time resembling. Now if this be true of different colours, it must be no less so of the different shades of the same colour, that each of them produces a distinct idea, independent of the rest. For if this shou'd be deny'd, 'tis possible, by the continual gradation of shades, to run a colour insensibly into what is most remote from it; and if you will not allow any of the means to be different, you cannot without absurdity deny the extremes to be the same. Suppose therefore a person to have enjoyed his sight for thirty years, and to have become perfectly well acquainted with colours of all kinds, excepting one particular shade of blue, for instance, which it never has been his fortune to meet with. Let all the different shades of that colour, except that single one, be plac'd before him, descending gradually from the deepest to the lightest; 'tis plain, that he will perceive a blank, where that shade is wanting, said will be sensible, that there is a greater distance in that place betwixt the contiguous colours, than in any other. Now I ask, whether 'tis possible for him, from his own imagination, to supply this deficiency, and raise up to himself the idea of that particular shade, tho' it had never been conveyed to him by his senses? I believe i here are few but will be of opinion that he can; and this may serve as a proof, that the simple ideas are not always derived from the correspondent impressions; tho' the instance is so particular and singular, that 'tis scarce worth our observing, and does not merit that for it alone we should alter our general maxim.
[EN.1.1.01.11]
But besides this exception, it may not be amiss to remark on this head, that the principle of the priority of impressions to ideas must be understood with another limitation, viz., that as our ideas are images of our impressions, so we can form secondary ideas, which are images of the primary; as appears from this very reasoning concerning them. This is not, properly speaking, an exception to the rule so much as an explanation of it. Ideas produce the images of them. selves in new ideas; but as the first ideas are supposed to be derived from impressions, it still remains true, that all our simple ideas proceed either mediately or immediately, from their correspondent impressions.
[EN.1.1.01.12]
This then is the first principle I establish in the science of human nature; nor ought we to despise it because of the simplicity of its appearance. For 'tis remarkable, that the present question concerning the precedency of our impressions or ideas, is the same with what has made so much noise in other terms, when it has been disputed whether there be any innate ideas, or whether all ideas be derived from sensation and reflexion. We may observe, that in order to prove the ideas of extension and colour not to be innate, philosophers do nothing but shew that they are conveyed by our senses. To prove the ideas of passion and desire not to be innate, they observe that we have a preceding experience of these emotions in ourselves., Now if we carefully examine these arguments, we shall find that they prove nothing but that ideas are preceded by other more lively perceptions, from which the are derived, and which they represent. I hope this clear stating of the question will remove all disputes concerning it, and win render this principle of more use in our reasonings, than it seems hitherto to have been.
Sect. 1.1.02. Division of the Subject.
[EN.1.1.02.01]
Since it appears, that our simple impressions are prior to their correspondent ideas, and that the exceptions are very rare, method seems to require we should examine our impressions, before we consider our ideas. Impressions way be divided into two kinds, those Of SENSATION and those of REFLEXION. The first kind arises in the soul originally, from unknown causes. The second is derived in a great measure from our ideas, and that in the following order. An impression first strikes upon the senses, and makes us perceive heat or cold, thirst or hunger, pleasure or pain of some kind or other. Of this impression there is a copy taken by the mind, which remains after the impression ceases; and this we call an idea. This idea of pleasure or pain, when it returns upon the soul, produces the new impressions of desire and aversion, hope and fear, which may properly be called impressions of reflexion, because derived from it. These again are copied by the memory and imagination, and become ideas; which perhaps in their turn give rise to other impressions and ideas. So that the impressions of reflexion are only antecedent to their correspondent ideas; but posterior to those of sensation, and deriv'd from them. The examination of our sensations belongs more to anatomists and natural philosophers than to moral; and therefore shall not at present be enter'd upon. And as the impressions of reflexion, viz. passions, desires, and emotions, which principally deserve our attention, arise mostly from ideas, 'twill be necessary to reverse that method, which at first sight seems most natural; and in order to explain the nature and principles of the human mind, give a particular account of ideas, before we proceed to impressions. For this reason I have here chosen to begin with ideas.
Sect. 1.1.03. Of the Ideas of the Memory and Imagination.
[EN.1.1.03.01]
We find by experience, that when any impression bas been present with the mind, it again makes its appearance there as an idea; and this it may do after two different ways: either when in its new appearance it retains a considerable degree of its first vivacity, and is somewhat intermediate betwixt an impression and an idea: or when it entirely loses that vivacity, and is a perfect idea. The faculty, by which we repeat our impressions in the first manner, is called the MEMORY, and the other the IMAGINATION. 'Tis evident at first sight, that the ideas of the memory are much more lively and strong than those of the imagination, and that the former faculty paints its objects in more distinct colours, than any which are employ'd by the latter. When we remember any past event, the idea of it flows in upon the mind in a forcible manner; whereas in the imagination the perception is faint and languid, and cannot without difficulty be preserv'd by the mind steddy and uniform for any considerable time. Here then is a sensible difference betwixt one species of ideas and another. But of this more fully hereafter.22
[EN.1.1.03.02]
There is another difference betwixt these two kinds of ideas, which:-s no less evident, namely that tho' neither the ideas, of the memory nor imagination, neither the lively nor faint ideas can make their appearance in the mind, unless their correspondent impressions have gone before to prepare the way for them, yet the imagination is not restrain'd to the same order and form with the original impressions; while the memory is in a manner ty'd down in that respect, without any power of variation.
[EN.1.1.03.03]
'Tis evident, that the memory preserves the original form, in which its objects were presented, and that where-ever we depart from it in recollecting any thing, it proceeds from some defect or imperfection in that faculty. An historian may, perhaps, for the more convenient Carrying on of his narration, relate an event before another, to which it was in fact posterior; but then he takes notice of this disorder, if he be exact; and by that means replaces the idea in its due position. 'Tis the same case in our recollection of those places and persons, with which we were formerly acquainted. The chief exercise of the memory is not to preserve the simple ideas, but their order and position. In short, this principle is supported by such a number of common and vulgar phaenomena, that we may spare ourselves the trouble of insisting on it any farther.
[EN.1.1.03.04]
The same evidence follows us in our second principle, of the liberty of the imagination to transpose and change its ideas. The fables we meet with in poems and romances put this entirely out of the question. Nature there is totally confounded, and nothing mentioned but winged horses, fiery dragons, and monstrous giants. Nor will this liberty of the fancy appear strange, when we consider, that all our ideas are copy'd from our impressions,' and that there are not any two impressions which are perfectly inseparable. Not to mention, that this is an evident consequence of the division of ideas into simple and complex. Where-ever the imagination perceives a difference among ideas, it can easily produce a separation.
Sect. 1.1.04. Of the Connexion or Association of Ideas.
[EN.1.1.04.01]
As all simple ideas may be separated by the imagination, and may be united again in what form it pleases, nothing wou'd be more unaccountable than the operations of that faculty, were it not guided by some universal principles, which render it, in some measure, uniform with itself in all times and places. Were ideas entirely loose and unconnected, chance alone wou'd join them; and 'tis impossible the same simple ideas should fall regularly into complex ones (as they Commonly do) without some bond of union among them, some associating quality, by which one idea naturally introduces another. This uniting principle among ideas is not to be consider'd as an inseparable connexion; for that has been already excluded from the imagination: Nor yet are we to conclude, that without it the mind cannot join two ideas; for nothing is more free than that faculty: but we are only to regard it as a gentle force, which commonly prevails, and is the cause why, among other things, languages so nearly correspond to each other; nature in a manner pointing out to every one those simple ideas, which are most proper to be united in a complex one. The qualities, from which this association arises, and by which the mind is after this manner convey'd from one idea to another, are three, viz. RESEMBLANCE., CONTIGUITY in time or place, and CAUSE and EFFECT.
[EN.1.1.04.02]
I believe it will not be very necessary to prove, that these qualities produce an association among ideas, and upon the appearance of one idea naturally introduce another. 'Tis plain, that in the course of our thinking, and in the constant revolution of our ideas, our imagination runs easily from one idea to any other that resembles it, and that this quality alone is to the fancy a sufficient bond and association. 'Tis likewise evident that as the senses, in changing their objects, are necessitated to change them regularly, and take them as they lie contiguous to each other, the imagination must by long custom acquire the same method of thinking, and run along the parts of space and time in conceiving its objects. As to the connexion, that is made by the relation of cause and effect, we shall have occasion afterwards to examine it to the bottom, and therefore shall not at present insist upon it. 'Tis sufficient to observe, that there is no relation, which produces a stronger connexion in the fancy, and makes one idea more readily recall another, than the relation of cause and effect betwixt their objects.
[EN.1.1.04.03]
That we may understand the full extent of these relations, we must consider, that two objects are connected together in the imagination, not only when the one is immediately resembling, contiguous to, or the cause of the other, but also when there is interposed betwixt them a third object, which bears to both of them any of these relations. This may be carried on to a great length; tho' at the same time we may observe, that each remove considerably weakens the relation. Cousins in the fourth degree are connected by causation, if I may be allowed to use that term; but not so closely as brothers, much less as child and parent. In general we may observe, that all the relations of blood depend upon cause and effect, and are esteemed near or remote, according to the number of connecting causes interpos'd betwixt the persons.
[EN.1.1.04.04]
Of the three relations above-mention'd this of causation is the most extensive. Two objects may be considered as plac'd in this relation, as well when one is the cause of any of the actions or motions of the other, as when the former is the cause of the existence of the latter. For as that action or motion is nothing but the object itself, consider'd in a certain light, and as the object continues the same in all its different situations, 'tis easy to imagine how such an influence of objects upon one another may connect them in the imagination.
[EN.1.1.04.05]
We may carry this farther, and remark, not only that two objects are connected by the relation of cause and effect, when the one produces a motion or any action in the other, but also when it has a power of producing it. And this we may observe to be the source of all the relation,; of interest and duty, by which men influence each other in society, and are plac'd in the ties of government and subordination. A master is such-a-one as by his situation, arising either from force or agreement, has a power of directing in certain particulars the actions of another, whom we call servant. A judge is one, who in all disputed cases can fix by his opinion the possession or property of any thing betwixt any members of the society. When a person is possess'd of any power, there is no more required to convert it into action, but the exertion of the will; and that in every case is considered as possible, and in many as probable; especially in the case of authority, where the obedience of the subject is a pleasure and advantage to the superior.
[EN.1.1.04.06]
These are therefore the principles of union or cohesion among our simple ideas, and in the imagination supply the place of that inseparable connexion, by which they are united in our memory. Here is a kind of ATTRACTION, which in the mental world will be found to have as extraordinary effects as in the natural, and to shew itself in as many and as various forms. Its effects are every where conspicuous; but as to its causes, they are mostly unknown, and must be resolv'd into original qualities of human nature, which I pretend not to explain. Nothing is more requisite for a true philosopher, than to restrain the intemperate desire of searching into causes, and having established any doctrine upon a sufficient number of experiments, rest contented with that, when he sees a farther examination would lead him into obscure and uncertain speculations. In that case his enquiry wou'd be much better employ'd in examining the effects than the causes of his principle.
[EN.1.1.04.07]
Amongst the effects of this union or association of ideas, there are none more remarkable, than those complex ideas, which are the common subjects of our thoughts and reasoning, and generally arise from some principle of union among our simple ideas. These complex ideas may be divided into Relations, Modes, and Substances. We shall briefly examine each of these in order, and shall subjoin some considerations concerning our general and particular ideas, before we leave the present subject, which may be consider'd as the elements of this philosophy.
Sect. 1.1.05. Of Relations.
[EN.1.1.05.01]
The word RELATION is commonly used in two senses considerably different from each other. Either for that quality, by which two ideas are connected together in the imagination, and the one naturally introduces the other, after the manner above-explained: or for that particular circumstance, in which, even upon the arbitrary union of two ideas in the fancy, we may think proper to compare them. In common language the former is always the sense, in which we use the word, relation; and tis only in philosophy, that we extend it to mean any particular subject of comparison, without a connecting principle. Thus distance will be allowed by philosophers to be a true relation, because we acquire an idea of it by the comparing of objects: But in a common way we say, that nothing can be more distant than such or such things from each other, nothing can have less relation: as if distance and relation were incompatible.'
[EN.1.1.05.02]
It may perhaps be esteemed an endless task to enumerate all those qualities, which make objects admit of comparison, and by which the ideas of philosophical relation are produced. But if we diligently consider them, we shall find that without difficulty they may be compriz'd under seven general heads, which may be considered as the sources of all philosophical relation.
[EN.1.1.05.03]
(1) The first is resemblance: And this is a relation, without which no philosophical relation can exist; since no objects will admit of comparison, but what have some degree of resemblance. But tho' resemblance be necessary to all philosophical relation, it does not follow, that it always produces a connexion or association of ideas. When a quality becomes very general, and is common to a great many individuals, it leads not the mind directly to any one of them; but by presenting at once too great a choice, does thereby prevent the imagination from fixing on any single object.
[EN.1.1.05.04]
(2) Identity may be esteem'd a second species of relation. This relation I here consider as apply'd in its strictest sense to constant and unchangeable objects; without examining the nature and foundation of personal identity, which shall find its place afterwards. Of all relations the most universal is that of identity, being common to every being whose existence has any duration.
[EN.1.1.05.05]
(3) After identity the most universal and comprehensive relations are those of Space and Time, which are the sources of an infinite number of comparisons, such as distant, contiguous, above, below, before, after, etc.
[EN.1.1.05.06]
(4) All those objects, which admit of quantity, or number, may be compar'd in that particular; which is another very fertile source of relation.
[EN.1.1.05.07]
(5) When any two objects possess the same quality in common, the degrees, in which they possess it, form a fifth species of relation. Thus of two objects, which are both heavy, the one may be either of greater, or less weight than the other. Two colours, that are of the same kind, may yet be of different shades, and in that respect admit of comparison.
[EN.1.1.05.08]
(6) The relation of contrariety may at first sight be regarded as an exception to the rule, that no relation of any kind can subsist without some degree of resemblance. But let us consider, that no two ideas are in themselves contrary, except those of existence and non-existence, which are plainly resembling, as implying both of them an idea of the object; tho' the latter excludes the object from all times and places, in which it is supposed not to exist.
[EN.1.1.05.09]
(7) All other objects, such as fire and water, heat and cold, are only found to be contrary from experience, and from the contrariety of their causes or effects; which relation of cause and effect is a seventh philosophical relation, as well as a natural one. The resemblance implied in this relation, shall be explain'd afterwards.
[EN.1.1.05.10]
It might naturally be expected, that I should join difference to the other relations. But that I consider rather as a negation of relation, than as anything real or positive. Difference is of two kinds as oppos'd either to identity or resemblance. The first is call'd a difference of number; the other of kind.
Sect. 1.1.06. Of Modes and Substances
[EN.1.1.06.01]
I wou'd fain ask those philosophers, who found so much of their reasonings on the distinction of substance and accident, and imagine we have clear ideas of each., whether the idea of substance be deriv'd from the impressions of sensation pr of reflection? If it be convey'd to us by our senses, I ask, which of them; and after what manner? If it be perceiv'd by the eyes, it must be a colour; if by the ears, a sound; if by the palate, a taste; and so of the other senses. But I believe none will assert, that substance is either a colour, or sound, or a taste. The idea, of substance must therefore be deriv'd from an impression of reflection, if it really exist. But the impressions of reflection resolve themselves into our passions and emotions: none of which can possibly represent a substance. We have therefore no idea of substance, distinct from that of a collection of particular qualities, nor have we any other meaning when we either talk or reason concerning it.'
[EN.1.1.06.02]
The idea of a substance as well as that of a mode, is nothing but a collection of Simple ideas, that are united by the imagination, and have a particular name assigned them, by which we are able to recall, either to ourselves or others, that collection. But the difference betwixt these ideas consists in this, that the particular qualities, which form a substance, are commonly refer'd to an unknown something, in which they are supposed to inhere; or granting this fiction should not take place, are at least supposed to be closely and inseparably connected by the relations of contiguity and causation. The effect of this is, that whatever new simple quality we discover to have the same connexion with the rest, we immediately comprehend it among them, even tho' it did not enter into the first conception of the substance. Thus our idea of gold may at first be a yellow colour, weight, malleableness, fusibility; but upon the discovery of its dissolubility in aqua regia, we join that to the other qualities, and suppose it to belong to the substance as much as if its idea had from the beginning made a part of the compound one. The principal of union being regarded as the chief part of the complex idea, gives entrance to whatever quality afterwards occurs, and is equally comprehended by it, as are the others, which first presented themselves. themselves.
[EN.1.1.06.03]
That this cannot take place in modes, is evident from considering their mature. The. simple ideas of which modes are formed, either represent qualities, which are not united by contiguity and causation, but are dispers'd in different subjects; or if they be all united together, the uniting principle is not regarded as the foundation of the complex idea. The idea of a dance is an instance of the first kind of modes; that of beauty of the second. The reason is obvious, why such complex ideas cannot receive any' new idea, without changing the name, which distinguishes the mode.
Sect. 1.1.07. Of Abstract Ideas.
[EN.1.1.07.01]
A very material question has been started concerning abstract or general ideas, whether they be general or particular in the mind's conception of them. A great philosopher23 has disputed the receiv'd opinion in this particular, and has asserted, that all general ideas are nothing but particular ones, annexed to a certain term, which gives them a more extensive signification, and makes them recall upon occasion other individuals, which are similar to them. As I look upon this to be one of the greatest and most valuable discoveries that has been made of late years in the republic of letters, I shag here endeavour to confirm it by some arguments, which I hope will put it beyond all doubt and controversy.
[EN.1.1.07.02]
'Tis evident, that in forming most of our general ideas, if not all of them, we abstract from every particular degree of quantity and quality, and that an object ceases not to be of any particular species on account of every small alteration in its extension, duration and other properties. It may therefore be thought, that here is a plain dilemma, that decides concerning the nature of those abstract ideas, which have afforded so much speculation to philosophers. The abstract idea of a man represents men of all sizes and all qualities; which 'tis concluded it cannot do, but either by representing at once all possible sizes and all possible qualities, or by, representing no particular one at all. Now it having been esteemed absurd to defend the former proposition, as implying an infinite capacity in the mind, it has been commonly infer'd in favour of the letter: and our abstract ideas have been suppos'd to represent no particular degree either of quantity or quality. But that this inference is erroneous, I shall endeavour to make appear, first, by proving, that 'tis utterly impossible to conceive any quantity or quality, without forming a precise notion of its degrees: And secondly by showing, that tho' the capacity of the mind be not infinite, yet we can at once form a notion of all possible degrees of quantity and quality, in such a manner at least, as, however imperfect, may serve all the purposes of reflection and conversation.
[EN.1.1.07.03]
To begin with the first proposition, that the mind cannot form any notion of quantity or quality without forming a precise notion of degrees of each; we may prove this by the three following arguments. First, We have observ'd, that whatever objects are different are distinguishable, and that whatever objects are distinguishable are separable by the thought and imagination.' And we may here add, that these propositions are equally true in the inverse, and that whatever objects are separable are also distinguishable, and that whatever objects are distinguishable, are also different. For how is it possible we can separate what is not distinguishable, or distinguish what is not different? In order therefore to know, whether abstraction implies a separation, we need only consider it in this view, and examine, whether all the circumstances, which we abstract from in our general ideas, be such as are distinguishable and different from those, which we retain as essential parts of them. But 'tis evident at first sight, that the precise length of a line is not different nor distinguishable from the line itself. nor the precise degree of any quality from the quality. These ideas, therefore, admit no more of separation than they do of distinction and difference. They are consequently conjoined with each other in the conception; and the general idea of a. line, notwithstanding all our abstractions and refinements, has in its appearance in the mind a precise degree of quantity and quality; however it may be made to represent others, which have different degrees of both.
[EN.1.1.07.04]
Secondly, 'tis contest, that no object can appear to the senses; or in other words, that no impression can become present to the mind, without being determined in its degrees both of quantity and quality. The confusion, in which impressions are sometimes involv'd, proceeds only from their faintness and unsteadiness, not from any capacity in the mind to receive any impression, which in its real existence has no particular degree nor proportion. That is a contradiction in terms; and even implies the flattest of all contradictions, viz. that 'tis possible for the same thing both to be and not to be.
[EN.1.1.07.05]
Now since all ideas are deriv'd from impressions, and are nothing but copies and representations of them, whatever is true of the one must be acknowledg'd concerning the other. Impressions and ideas differ only in their strength and vivacity. The foregoing conclusion is not founded on any particular degree of vivacity. It cannot therefore be affected by any variation in that particular. An idea is a weaker impression:2 and as a strong impression must necessarily have a determinate quantity and quality, the case must be the same with its copy or representative.
[EN.1.1.07.06]
Thirdly, 'tis a principle generally receiv'd in philosophy that everything in nature is individual, and that 'tis utterly absurd to suppose a triangle really existent, which has no precise proportion of sides and angles. If this therefore be absurd in fact and reality, it must also be absurd in idea; since nothing of which we can form a clear and distinct idea is absurd and impossible. But to form the idea of an object, and to form an idea simply, is the same thing; the reference of the idea to an object being an extraneous denomination, of which in itself it bears no mark or character. Now as 'tis impossible to form an idea of an object, that is possest of quantity and quality, and yet is possest of no precise degree of either; it follows that there is an equal impossibility of forming an idea, that is not limited and confin'd in both these particulars. Abstract ideas are therefore in themselves individual, however they may become general in their representation. The image in the mind is only that of a particular object, tho' the application of it in our reasoning be the same, as if it were universal.
[EN.1.1.07.07]
This application of ideas beyond their nature proceeds from our collecting all their possible degrees of quantity and quality in such an imperfect manner as may serve the purposes of life, which is the second proposition I propos'd to explain. When we have found a resemblance24 among several objects, that often occur to us, we apply the same name to all of them, whatever differences we may observe in the degrees of their quantity and quality, and whatever other differences may appear among them. After we have acquired a custom of this kind, the hearing of that name revives the idea of one of these objects, and makes the imagination conceive it with all its particular circumstances and proportions. But as the same word is suppos'd to have been frequently applied to other individuals, that are different in many respects from that idea, which is immediately present to the mind; the word not being able to revive the idea of all these individuals, but only touches the soul, if I may be allow'd so to speak, and revives that custom, which we have acquir'd by surveying them. They are not really and in fact present to the mind, but only in power; nor do we draw them all out distinctly in the imagination, but keep ourselves in a readiness to survey any of them, as we may be prompted by a present design or necessity. The word raises up an individual idea, along with a certain custom; and that custom produces any other individual one, for which we may have occasion. But as the production of all the ideas, to which the name may be apply'd, is in most eases impossible, we abridge that work by a more partial consideration, and find but few inconveniences to arise in our reasoning from that abridgment.
[EN.1.1.07.08]
For this is one of the most extraordinary circumstances in the present affair, that after the mind has produc'd an individual idea, upon which we reason, the attendant custom, reviv'd by the general or abstract term, readily suggests any other individual, if by chance we form any reasoning, that agrees not with it. Thus shou'd we mention the word triangle, and form the idea of a particular equilateral one to correspond to it, and shou'd we afterwards assert, that the three angles of a triangle are equal to each other, the other individuals of a scalenum and isosceles, which we overlooked at first, immediately crowd in upon us, and make us perceive the falshood of this proposition, tho' it be true with relation to that idea, which we had form'd. If the mind suggests not always these ideas upon occasion, it proceeds from some imperfection in its faculties; and such a one as is often the source of false reasoning and sophistry. But this is principally the case with those ideas which are abstruse and compounded. On other occasions the custom is more entire, and 'tis seldom we run into such errors.
[EN.1.1.07.09]
Nay so entire is the custom, that the very same idea may be annext to several different words, and may be employ'd in different reasonings, without any danger of mistake. Thus the idea of an equilateral triangle of an inch perpendicular may serve us in talking of a figure, of a rectilinear figure, of a regular figure, of a triangle, and of an equilateral triangle. AR these terms, therefore, are in this case attended with the same idea; but as they are wont to be apply'd in a greater or lesser compass, they excite their particular habits, and thereby keep the mind in a readiness to observe, that no conclusion be form'd contrary to any ideas, which are usually compriz'd under them.
[EN.1.1.07.10]
Before those habits have become entirely perfect, perhaps the mind may not be content with forming the idea of only one individual, but may run over several, in order to make itself comprehend its own meaning, and the compass of that collection, which it intends to express by the general term. That we may fix the meaning of the word, figure, we may revolve in our mind the ideas of circles, squares, parallelograms, triangles of different sizes and proportions, and may not rest on one image or idea. However this may be, 'tis certain that we form the idea of individuals, whenever we use any general term; that we seldom or never can exhaust these individuals; and that those, which remain, are only represented by means of that habit, by which we recall them, whenever any present occasion requires it. This then is the nature of our abstract ideas and general terms; and 'tis after this manner we account for the foregoing paradox, that some ideas are particular in their nature, but general in their representation. A particular idea becomes general by being annex'd to a general term; that is, to a term, which from a customary conjunction has a relation to many other particular ideas, and readily recalls them in the imagination.
[EN.1.1.07.11]
The only difficulty, that can remain on this subject, must be with regard to that custom, which so readily recalls every particular idea, for which we may have occasion, and is excited by any word or sound, to which we commonly annex it. The most proper method, in my opinion, of giving a satisfactory explication of this act of the mind, is by producing other instances, which are analogous to it, and other principles, which facilitate its operation. To explain the ultimate causes of our mental actions is impossible. 'Tis sufficient, if we can give any satisfactory account of them from experience and analogy.
[EN.1.1.07.12]
First then I observe, that when we mention any great number, such as a thousand, the mind has generally no adequate idea of it, but only a power of producing such an idea, by its adequate idea of the decimals, under which the number is comprehended. This imperfection, however, in our ideas, is never felt in our reasonings; which seems to be an instance parallel to the present one of universal ideas.
[EN.1.1.07.13]
Secondly, we have several instances of habits, which may be reviv'd by one single word; as when a person, who has by rote any periods of a discourse, or any number of verses, will be put in remembrance of the whole, which he is at a loss to recollect, by that single word or expression, with which they begin.
[EN.1.1.07.14]
Thirdly, I believe every one, who examines the situation of his mind in reasoning' will agree with me, that we do not annex distinct and compleat ideas to every term we make use of, and that in talking of government, church, negotiation, conquest, we seldom spread out in our minds all the simple ideas, of which these complex ones are compos'd. 'Tis however observable, that notwithstanding this imperfection we may avoid talking nonsense on these subjects, and may perceive any repugnance among the ideas, as well as if we had a fall comprehension of them. Thus if instead of saying, that in war the weaker have always recourse to negotiation, we shou'd say, that they have always recourse to conquest, the custom, which we have acquir'd of attributing certain relations to ideas, still follows the words, and makes us immediately perceive the absurdity of that proposition; in the same manner as one particular idea may serve us in reasoning concerning other ideas, however different from it in several circumstances.
[EN.1.1.07.15]
Fourthly, As the individuals are -collected together, said plac'd under a general term with a view to that resemblance, which they bear to each other, this relation must facilitate their entrance in the imagination, and make them be suggested more readily upon occasion. And indeed if we consider the common progress of the thought, either in reflection or conversation, we shall find great reason to be satisfy'd in this particular. Nothing is more admirable, than the readiness, with which the imagination suggests its ideas, and presents them at the very instant, in which they become necessary or useful. The fancy runs from one end of the universe to the other in collecting those ideas, which belong to any subject. One would think the whole intellectual world of ideas was at once subjected to our view, and that we did nothing but pick out such as were most proper for our purpose. There may not, however, be any present, beside those very ideas, that are thus collected by a kind of magical faculty in the soul, which, tho' it be always most perfect in the greatest geniuses, and is properly what we call a genius, is however inexplicable by the utmost efforts of human understanding.
[EN.1.1.07.16]
Perhaps these four reflections may help to remove an difficulties to the hypothesis I have propos'd concerning abstract ideas, so contrary to that, which has hitherto prevail'd in philosophy, But, to tell the truth I place my chief confidence in what I have already prov'd concerning the impossibility of general ideas, according to the common method of explaining them. We must certainly seek some new system on this head, and there plainly is none beside what I have propos'd. If ideas be particular in their nature, and at the same time finite in their number, 'tis only by custom they can become general in their representation, and contain an infinite number of other ideas under them.
[EN.1.1.07.17]
Before I leave this subject I shall employ the same principles to explain that distinction of reason, which is so much talk'd of, and is so little understood, in the schools. Of this kind is the distinction betwixt figure and the body figur'd; motion and the body mov'd. The difficulty of explaining this distinction arises from the principle above explain'd, that all ideas, which are different, are separable. For it follows from thence, that if the figure be different from the body, their ideas must be separable as well as distinguishable: if they be not different, their ideas can neither be separable nor distinguishable. What then is meant by a distinction of reason, since it implies neither a difference nor separation.
[EN.1.1.07.18]
To remove this difficulty we must have recourse to the foregoing explication of abstract ideas. 'Tis certain that the mind wou'd never have dream'd of distinguishing a figure from the body figur'd, as being in reality neither distinguishable, nor different, nor separable; did it not observe, that even in this simplicity there might be contain'd many different resemblances and relations.' Thus when a globe of white marble is presented, we receive only the impression of a white colour dispos'd in a certain form, nor are we able to separate and distinguish the colour from the form. But observing afterwards a globe of black marble and a cube of white, and comparing them with our former object, we find two separate resemblances, in what formerly seemed, and really is, perfectly inseparable. After a little more practice of this kind, we begin to distinguish the figure from the colour by a distinction of reason; that is, we consider the figure and colour together, since they are in effect the same and undistinguishable; but still view them in different aspects, according to the resemblances, of which they are susceptible. When we wou'd consider only the figure of the globe of white marble, we form in reality an idea both of the figure and colour, but tacitly carry our eye to its resemblance with the globe of black marble: And in the same manner, when we wou'd consider its colour only, we turn our view to its resemblance with the cube of white marble. By this means we accompany our ideas with a kind of reflection, of which custom renders us, in a great measure, insensible. A person, who desires us to consider the figure of a globe of white marble without thinking on its colour, desires an impossibility but his meaning is, that we shou'd consider the figure and colour together, but still keep in our eye the resemblance to the globe of black marble, or that to any other globe of whatever colour or substance.
From https://socialsciences.mcmaster.ca/econ/ugcm/3ll3/hume/treat.html