26-32 Parece que en estos apartados se contienen muchas contradicciones. Se afirma (número 26) que dos cosas exactamente iguales serían realmente dos y, no obstante, todavía se alega que necesitarían el principio de individuación, y en la carta 4a. , 6, se afirmaba expresamente que serían lo mismo bajo dos nombres. Se admite (número 26) que es posible hacer una hipótesis y, no obstante, no se me permite hacerla. Se admite (número 27) que las partes del tiempo y del espacio son exactamente iguales en sí mismas, pero no cuando los cuerpos están en ellas. Las diferentes partes del espacio que coexisten y las sucesivas partes diferentes del tiempo son comparadas (número 28) con una línea recta que corta otra igual en dos puntos concurrentes, que no son sino un solo punto. Se afirma (número 29) que el espacio es el orden de las cosas que coexisten y, no obstante, se confiesa (número 30) que el universo material puede ser posiblemente finito, en cuyo caso debe necesariamente haber un espacio vacío extramundano. Se supone (números 30, 8 y 73) que Dios podría hacer finito el universo material y, sin embargo, el suponer que posiblemente es finito no solamente es proponer una hipótesis irrazonable y carente de sentido, sino (números 29 y 9) a también una ficción imposible; se afirma (carta 4. , 21) que no puede haber razón posible por la que pueda limitarse la cantidad de materia. Se afirma (número 29) que el movimiento del universo material no produciría cambio en absoluto y, sin embargo, no se ha contestado al argumento que alegué de que un repentino incremento o parón absoluto del movimiento del mundo produciría un choque sensible entre todas las partes. Y esto es tan evidente como que un movimiento circular del todo produciría una fuerza centrífuga en todas las partes. Mi argumento de que el mundo material debe ser mutable, si el todo es finito, es negado (número 31) debido a que las partes del espacio son inmutables, por lo que el todo es infinito y existe necesariamente. Se afirma que el movimiento implica necesariamente en un cuerpo un cambio relativo de posición con respecto a otros cuerpos y, no obstante, no se muestra el modo de evitar la absurda consecuencia de que la movilidad de un cuerpo dependa de la existencia de otros cuerpos y de que cualquier cuerpo singular que exista solo sería incapaz de tener movimiento o de que las partes de un cuerpo que gira (supongamos el Sol) perderían la fuerza centrífuga que se origina en su movimiento circular si toda la materia exterior que las rodea fuera aniquilada. Por último, se afirma (número 32) que la infinitud de la materia es un efecto de la voluntad de Dios, y, sin embargo, la idea de Descartes (ibid. 15) es calificada como irrefutable, sobre el único fundamento de que todos los hombres saben que ha dado la hipótesis de que la materia es necesariamente infinita por el ser de las cosas, siendo una contradicción suponerla finita. Sus palabras (carta 69, parte primera)1 son puto implicare contradictionem, ut mundus sit finitus. Lo que si fuera verdad significaría que nunca estuvo en el poder de Dios determinar la cantidad de materia y, consecuentemente, que ni fue su creador ni puede destruirla.
Y verdaderamente una continua inconsistencia parece correr a través de todo lo que escribe este sabio autor en lo que concierne a la materia y el espació. En ocasiones arguye contra un vacuum (o espacio vacío) como si fuera absolutamente imposible (números 29, 33, 34, 35, 62, 63) por la propia naturaleza de las cosas, por ser espacio y materia (número 62) inseparables. Y , sin embargo, admite con frecuencia que la cantidad de materia en el universo depende de la voluntad (números 30, 32 y 73) de Dios.