NOTA: Pido disculpas por no arreglar la edición del documento; no pienso corregir todos los padecimientos que ha sufrido el documento redactado en Word al ser pasado aquí. Bueno algo sí hice teniendo esto en cuenta: puse las notas al pie de página en el mismo cuerpo del texto.
Exposición de la crítica de Hume al principio de causalidad.
Según Hume, los razonamientos sobre cuestiones de hecho se fundan en la relación de causa y efecto, la cual no implica un conocimiento puramente racional (a priori), sino que surge de la experiencia – específicamente, de la experiencia de la conjunción constante de dos objetos cualesquiera [A la noción de objeto u objetividad de que Hume se vale se le pueden oponer varias objeciones. En esta ocasión no repararemos en ellas, pero sí mencionaremos la principal. El que dos hechos o sucesos puedan ser tomados como un mismo objeto, incluso como objetos similares, implica una actividad anterior a y determinante de la experiencia. De otra manera no sería posible relacionar efectivamente los acontecimientos entre sí, consciente y decididamente, ya que, para hacerlo, es necesario efectuar algún tipo de análisis conceptual o categorial independiente de la experiencia. O, como decía Leibniz, ponerse por encima de la secuencia fluida de imágenes o representaciones y operar racionalmente sobre ella].
La relación de causa y efecto, por cuanto que lo contrario a un hecho es lógicamente posible o no contradictorio, no es algo que deba dilucidarse racionalmente; en otras palabras: no existe ninguna evidencia de que el hecho tenido por efecto esté contenido en aquel otro hecho considerado su causa. Por lo demás: «Ningún objeto revela por las cualidades que aparecen a los sentidos, ni las causas que lo produjeron, ni los efectos que surgen de él, ni puede nuestra razón, sin la asistencia de la experiencia, sacar inferencia alguna de la existencia real y de las cuestiones de hecho» (Investigación sobre el conocimiento humano, IV, 1: pp. 143-144).
Así, pues, la inferencia a la que asiste la experiencia se funda en la semejanza entre los casos y en la suposición de que el futuro será semejante a lo experimentado, fundamentos que están, ambos, sustentados a su vez en el hábito y la costumbre [Aquí aparece nuevamente la reducción, típica en Hume, por la que se hace pasar la determinación o la identificación por una operación meramente empírica, como si dicha operación no se tratará más que de una mera a-similación]. De modo que la relación de causa y efecto no es racional sino de índole empírica; y no puede ser descrita más que como la conjunción habitual de dos objetos, no como una conexión necesaria entre los mismos. La constancia hace, pues, que las diversas relaciones de causa y efecto que podamos establecer de acuerdo con nuestra propia experiencia vayan reforzándose en la medida en que determinadas conjunciones se repitan. Por ello, con la repetición de ciertas conjunciones concretas, nuestra creencia en una relación tal entre los dos objetos particulares conjuntos va tomando fuerza. De aquí que haya ciertas relaciones en las que no nos cueste ningún trabajo creer y que haya otras en las que justamente no podamos creer, o que haya relaciones en las que no podamos evitar creer debido a un sentimiento involuntario que aparece o anticipa, ante la presencia de una supuesta causa, la consecución de su efecto. Ese sentimiento que refuerza nuestra creencia o expectativa de un efecto tras la aparición de un hecho cualquiera, es intenso y vivaz, y tiene un fuerte influjo sobre nosotros, siendo, por lo demás, precisamente aquello que nos hace creer o estar seguros en la realidad de las relaciones de causa y efecto en mayor medida que en las relaciones imaginadas pero que no son sustentadas por la experiencia, tales como las relaciones ficticias (véase Investigación sobre el conocimiento humano, V, 2: p. 165).
Es en este sentido, entonces, que Hume rastrea el origen de la idea de causa, entendida ésta como conexión necesaria, para demostrar que jamás recibimos la impresión de un nexo necesario. Asevera que, puesto jamás se capta sensorialmente una conexión entre objetos sino solamente una conjunción constante a lo mucho, una idea así no puede venir ni de los sentidos internos ni de los sentidos externos: «De modo que en conjunto no se presenta en toda la naturaleza un solo caso de conexión que podamos representarnos» (Investigación sobre el conocimiento humano, VII, 2: p. 191). No hay evidencia de una conexión, pues, sino solamente de una conjunción, quizás constante, pero finalmente contingente. «Parece entonces que esta idea de conexión necesaria entre sucesos surge del acaecimiento de varios casos similares de constante conjunción de dichos sucesos. Esta idea no puede ser sugerida por uno solo de estos casos examinados desde todas las posiciones y perspectivas posibles» (Investigación sobre el conocimiento humano, VII, 2: p. 192). Y por todo lo anterior, Hume concluye que: «nuestra idea de poder no es copiada de ningún sentimiento o conciencia de poder en nosotros cuando damos lugar al movimiento animal o aplicamos nuestros miembros a su propio uso y oficio. Es una cuestión de experiencia común que el movimiento de aquéllos sigue el mandato de la voluntad, como otros movimientos naturales. Pero el poder o energía en virtud del cual se realizan, como el que se da en otros acontecimientos naturales, es desconocido e inimaginable» (Investigación sobre el conocimiento humano, VII, 1: p. 184); y también que: «Por tanto, esta conexión que sentimos en la mente, esa transición de la representación de un objeto a su acompañante usual, es el sentimiento o impresión [el que fortalece la creencia o expectativa] a partir del cual formamos la idea de poder o de conexión necesaria» (Investigación sobre el conocimiento humano, VII, 2: p. 192).
Y así, siguiendo la crítica que acabamos de exponer, Hume llega a la definición de causa, definición debilitada que excluye la noción de conexión necesaria. La noción de causa hace referencia, por un lado, a «un objeto seguido de otro, cuando todos los objetos similares al primero son seguidos por objetos similares al segundo» (Investigación sobre el conocimiento humano, VII, 2: p. 193) o a que «el segundo objeto nunca ha existido sin que el primer objeto no se hubiera dado» (Investigación sobre el conocimiento humano, VII, 2: p. 193), y, por otro lado, a «un objeto seguido por otro y cuya aparición siempre conduce al pensamiento a aquel otro» (Investigación sobre el conocimiento humano, VII, 2: p. 193) [Si bien podríamos entresacar de estas dos diferentes definiciones de causa –sobre todo la segunda– la noción de necesidad por lo menos, nuestro objetivo es otro: hallar en la teoría general del conocimiento de Hume una relación racional que pueda ser identificada con una conexión necesaria].
Ahora bien, la de Hume es una crítica frontal a la noción tradicional de causalidad, al principio de causalidad en su postulación clásica. En su acepción tradicional, causalidad significa la forma de una relación racional por la cual la causa es la razón de su efecto y por la cual también el efecto puede deducirse de la causa; por ello, la relación causal suele describirse como la acción de una fuerza que genera o produce necesariamente un efecto [Son muchos los ejemplos y las formulaciones de la causalidad en este sentido que podemos encontrar en la historia de la filosofía, algunos ejemplos son los siguientes: el bien para Platón, la sustancia para Aristóteles, la sinécdoque para los estoicos, Dios para los filósofos medievales y algunos renacentistas, y el ser necesario para muchos de los pensadores de la Modernidad temprana]. Hume pretende criticar frontalmente la noción clásica de causalidad, ya que elimina de su definición de causa el estatuto racional de la relación de causa y efecto, la deducibilidad del efecto a partir de la causa y la posibilidad de asemejar la causación con la acción de un poder, fuerza o energía que genere o produzca necesariamente un efecto o resultado.
Nuestro propósito específico consistirá, por tanto, en hallar una relación del tipo de la que Hume niega operando en el argumento de Hume, o si se prefiere decirlo así, en su sistema de la ciencia de la naturaleza humana, su ciencia primera.